lunes, 7 de enero de 2013

Journey of Saga - Cuarta Parte


Estoy seguro que alguna vez habréis oído uno o ambos informes sobre la muerte de un asiático mientras hacía un maratón de gaming. En 2005, el señor Seungseob Lee, no consiguió sobrevivir a una especie de infarto cerebral después de jugar 50 horas seguidas de StarCraft. En 2007 tuvimos a Xu Yan, que después de varios días de grindeo en un MMO, murió al perder su cuerpo interés en seguir viviendo. Nunca olvidéis esto, lectores. Nunca olvidéis que vuestro cuerpo también necesita descansar.

El pensamiento de aquellos desafortunados me aterrorizó durante mi estancia en Da Ja Mountain Town. Aquí comer y beber no eran prioridades. Resultaría difícil que los lugareños lo admitiesen, pero Da Ja exporta droga como el Medio Este exporta petróleo. Las grandes colinas que rodean al pueblo contienen un sinfín de tierras llenas de modestas flores y arbustos, todos ellos llenos de productos “medicinales”.

Toda la extensión de esta agricultura secreta está oculta por nieblas que zambuyen por completo la cima de la montaña. Da Ja está 2,000 metros por encima del nivel del mar. El aire es más ligero, pero pegajoso y  nocivo debido al cultivo de droga. La gente llega aquí, desafiando las curvas, los socavones y las bromas sobre asesinatos en la calzada de la solitaria carretera. Consiguen llegar aquí arriba, se colocan, y… Se confunden.


Nunca notaríais el efecto del aire al principio, pero si eres astuto deberías darte cuenta después de un par de días. Te sentarías ahí, sobrio como un cura, poniendo café en tu taza y admirando lo largo y recto que es tu brazo, y te pararías en seco, pensando: ¿Acaso mi cerebro había sido siempre tan poco colaborador?

El peligro real de Da Ja ocurre solo raramente, cuando una tormenta eléctrica o una tribu minoritaria empieza un incendio durante el período de sequía, y las tierras empiezan a desprender un humo capaz de alterarte la mente. Suena una alarma; y gongs hechos con tapacubos de camiones suenan por todo el pueblo y la gente se parapeta en los sótanos y cajones, aspirando a través de ropa en caso de que el viento cambie de dirección y el pueblo entero sea gaseado. Los gongs fueron puestos ahí por el duro gaseo de 1981. Cuando el humo se dispersó, todo aquel que había estado en la calle había muerto, con la excepción de un turista que ahora se comunicaba con risas, gritos y golpeando su cara contra las paredes. Si la memoria no me falla, al final consiguió un empleo en Bullfrog y ahora es el diseñador jefe de Lionhead.

(Aquí hace referencia a Peter Molyneux, un hombre excéntrico con vistas siempre al futuro, fascinado por la innovación y el desarrollo en el mundo de los videojuegos. Actualmente ha dejado Lionhead Studios y está trabajando para 22cans, una empresa fundada por Tim Rance, otro miembro de Lionhead, por lo que el texto ya está algo desactualizado)

Había estado en el pueblo durante 48 horas y ya podía sentir como si la misma realidad se deslizase entre mis manos. En mi búsqueda por el segundo Maestro había caminado por algunas granjas fuera del pueblo y pasado una noche entera emborrachándome en un bar local con expatriados australianos de piel seca. Perdí el norte deliberadamente, sólo para encontrarme de nuevo en calles que reconocía. Incluso visité la ruinosa pagoda del pueblo y tomé té en silencio con su desdentado ocupante. Era una bebida extraña, y me hizo caer en un sueño profundo, en medio del suelo de la sala. Soñé que estaba en uno de esos bosques repetitivos de Legend of Zelda y Brave Fencer Musashi, y sabía que si recordaba el truco para superarlo, estaría sobre la pista de algo. Pero por alguna razón no lo conseguía.  Me desperté con lágrimas en los ojos, pero cuando vi al anfitrión mirarme, un casi olvidado sentimiento británico me hizo correr hacia él y estrecharle la mano mientras sonreía.

No tenía ninguna pista para encontrar mi objetivo. Nada, excepto una vaga memoria de porqué estaba en aquel lugar. Compré un rotulador y escribí “ENCONTRAR MAESTRO” en el reverso de la palma de mi mano izquierda. Me di cuenta de las letras una hora después, completamente incapaz de recordar si yo mismo lo había escrito o si lo había hecho alguien más. Después de hora y media de dura contemplación, decidí que alguien más debía haberlo hecho, porque si usaba mi mano derecha para escribirlo, las letras deberían estar al revés, o giradas, o algo. Me compré un guante para tapar aquello, avergonzado. En un momento de brillantez, decidí que podía olvidar lo que había venido a hacer allí y escribí “ENCONTRAR MAESTRO” en el guante. Y entonces, después de pensar un rato, escribí “RÁPIDO”.

Mientras mendigaba nerviosamente por las calles, me topé con la estructura más rara de Da Ja, la Mansión Da Xi.


Normalmente se pensaría que la imaginación y la arquitectura van juntas de la mano, casi tanto como los dedos y una licuadora, pero la Mansión Da Xi sería el lugar perfecto para hacerte cambiar de opinión. Era maravillosa, había sido construida sobre el principio básico de romper la mayor cantidad posible de normas arquitectónicas. El hormigón había sido esculpido en los árboles, los árboles estaban esculpidos sobre precarias pasarelas y los pasillos nunca te llevaban donde esperabas, por lo que la orientación era casi como un juego. Estaba sin terminar, pero ya era una pieza dramática que el enigmático Sr. Xi seguía construyendo con el dinero de alquilar habitaciones.


Ya era tarde cuando entré patosamente en el vestíbulo. No había nadie, y con mis ojos moviéndose de izquierda a derecha como un espía, deslicé el libro de visitas a través del escritorio y lo giré hacia mí. Pasándome un poco de la raya, cogí el libro para ponerlo en el suelo y empecé a pasar las páginas con furia para llegar a la fecha actual. La Mansión Da Xi sólo tenía cuatro huéspedes en ese momento – Janet Ching, Rodionov Yakov, Skade Wakle y Wo Hung.

No podía creerme lo que leía. ¿Wakle Skade? ¡Jesucristo! ¡Ese era el nombre del jugador por defecto de Gungage para la PSX! Escaneando la página, vi que ese tío estaba en la Sala del Fénix, dondequiera que fuese. Deslicé de nuevo el libro hasta su sitio justo cuando un recepcionista vestido de gris nublado  entraba por la puerta de atrás, y felizmente me indicó la dirección hacia la Sala del Fénix en un inglés lento y tratando de imitar mi propia pronunciación.


Pero ya había estado arrastrándome por Da Ja durante bastante tiempo, y ahora estaba demasiado excitado. Ese era el problema. Estaba demasiado excitado. Después de correr de bruces contra un tendedero en una ventana, reflexivamente cubrí mi cara con las manos. Descuidando pararme por completo después de ello, pasé deambulando por el filo de una escalera invisible. Oh, es una sensación terrible la de estar cayendo por las escaleras, golpeándote con esa monótona melodía de xilófono de fondo.  Es difícil sentirse tan estúpido teniendo otro tipo de accidente, porque las escaleras todavía te llevan allí donde quieres ir. La caída por las escaleras, es como si no supieras cómo bajarlas aún. Tal vez la próxima vez.

La puerta cerrada a la Sala del Fénix estaba al final de un largo tubo de hormigón iluminado por simples bombillas, y miré a través de mi ojo hinchado y su gemelo titilante. El túnel parecía contraerse a mi alrededor. Intenté mover el pomo de la puerta, y giró suavemente. La puerta se abrió cinco pulgadas, pero entonces paró, atascada en algo. Un humo suave salió de la brecha. El techo era demasiado bajo para que consiguiese entrar de una patada, y tuve que abrirla poco a poco con golpes al más puro estilo Quasimodo.

Finalmente, trayendo conmigo una consciencia llena de confusión y un dolor en la cara tremendo, me deslicé a través del hueco y entré en aquella habitación tan llena de humo.


La puerta no se había abierto por una capa de cajas de comida para llevar y plástico desechado que cubría el suelo como agua sucia fluyendo de una cañería rota. El resto de la habitación era una gruta, con un mínimo de líneas rectas o colores fríos, y justo en el centro, una terrible estatua de un fénix con las alas abiertas, encima del hombre más horizontal que había visto en mi vida.

Vi como daba nerviosamente vueltas en la cama, tan delgado como una mantis y vestido de cuero holgado. Tenía el aspecto de un charco de aceite tratando de encontrar su centro de gravedad. A su lado un cenicero escupía humo como un condenado, y en el suelo había una maleta abierta con una tonelada de drogas. De un vistazo vi bolsas de hierbas verdes y setas amarillas, y un pequeño montón de jeringuillas conteniendo una substancia roja brillante. Más que la sangre. Aquello era malo. ¿Qué era? Era…

“¡Gay!” gritó el hombre en la cama, enviándome para atrás y tirándome al suelo lleno de basura. Cuando llegué abajo metí mi mano en una caja de gusanos. No, Dios, fideos. Sólo eran fideos.

“Gay… Gay…” dijo otra vez el hombre, sus ojos ahora estaban abiertos, pero confusos. Volví a ponerme de pie (¿cuánto duraría en esta posición esta vez?), y escuché.

“Gay… Gay… Muh. Gaymuh. Gayyyyymuh Geeaaaar.” Y entonces el grito- “¡GAAME GEEAR!”

Apreté los dientes, compartiendo el terror del hombre. ¡Game Gear! ¡Jesucristo! Con manos temblorosas empecé a buscar los cigarros HD en mi bolsillo.

“Sacadlo de aquí,” dijo el segundo maestro, aferrando las hojas con sus manos. “¡Sacadlo de aquí! ¡Es demasiado grande! ¡Es demasiado GRANDE! ¡SACADLO DE AQUÍ!”

“Tranqui, tío. Cálmate,” dije, metiendo un cigarro entre mis dientes y buscando mi mechero. “Quizás se ha quedado sin batería, ¿eh?”

“NO QUIERO SER UN CARTUCHO,” aulló el hombre de negro. Pobre, pobre hombre.

“De acuerdo, amigo,” dije. “Voy a por ti. Quinns va a por ti.” Encontrando mi mechero en el bolsillo de atrás del pantalón, encendí el cilindro y aspiré, dejando que entrase el humo.

Una vez más el mundo entró en mis pulmones con una sensación repugante y veloz. Quedándome allí como un desgarbado y sudoroso Kirby, mi pecho se sentía como acariciar al revés una piel de serpiente. El proceso fue más fácil esta vez. Venciendo las trampas de los Dioses de Da Ja, me tropecé, pero no caí.

Un tirón en mi interior me dijo que no me quedaba más aire para respirar. La Sala del Fénix había mermado en una simple celda claustrofóbica. Las paredes, techo y suelo ya no eran de marrón tierra, sino de un color azul grisáceo de cielo inglés. Y no había nada. Nada excepto yo, y una puerta de metal cerrada justo delante de mí.

Intenté levantar el cigarro HD a mi boca y un sonido metálico resultante causó que lo soltase. Mirando justo abajo, vi que mi mano derecha estaba atada a un escritorio bastante pesado. Detrás de mí había una silla.

Me agaché y giré para coger el cigarro con mi mano libre, cuando de repente oí el eco de unas pisadas. Fuertes y regulares. Las botas de un bastardo.

La puerta a la celda se abrió, y entró el segundo Maestro. Llevaba una especie de uniforme negro militar. Botones de plata brillaban de su pecho como ribetes.  Botas negras pulidas asomaban debajo de sus pantalones negros. Aún seguía siendo un desastre de hombre, ojos adentrados en profundos cráteres, piel de lona arrugada, enorme estatura y un cuerpo delgado y completamente musculado.

Me miró con indignación. Mi mente se movía con rapidez. ¿Pero hacia dónde? En mi interior estaba teniendo un evento de NASCAR privado, y yo era la única persona en las gradas, moviendo mi pequeña bandera donde se podía leer: “¡Jodeeer!”

Me puse en pié como pude y giré mi muñeca dolorosamente contra las esposas. “¿Por qué estoy encadenado al escritorio?” pregunté. Sólo me di cuenta de lo aterrorizado que estaba cuando me escuché a mí mismo hablar.

“No lo sé,” dijo el maestro con una voz de haber tragado más humo que una chimenea. ”Vamos a ver si podemos descubrirlo.” Su voz era tan áspera que no podía decir si tenía o no acento.

“Siéntate”, me dijo. “Vamos. Bien. Ahora dime algo, porque estoy un poco confundido. ¿Qué son los juegos raros para ti?”

El primer maestro no inspiraba tanta amenaza. No me gustaba aquello. Tomé una calada del cigarro (ahora en mi mano izquierda) y tiré de las esposas sin éxito antes de responder.

“Los juegos raros lo son todo para mí,” dije. Miré hacia aquel soldado misterioso y miré a aquellos ojos saltones. “Los juegos que se atreven a ser surreales o favorecen formas más abstractas de expresión a veces en ocasiones deniegan cualquier esperanza de éxito comercial en favor de experimentar con el diseño jugable. Eso los convierte en uno de los más importantes tipos de juego en el mundo. Y desde una perspectiva personal, he jugado a tantos que a más raro es el juego, más grande es su capacidad para sorprenderme, y más capaz soy de disfrutarlo. Si fuera por mí, los Pathologics, los Vangers, los Psychonauts y los Shenmues del mundo deberían ser reconocidos mundialmente."

Mientras hablaba me di cuenta que mi cigarro HD casi estaba acabado. Lo moví a mi mano atada y usé la otra para poner el paquete sobre la mesa, y después usé ambas para sacar uno nuevo. Aquello parecía un puzzle point’n’click.

“Sigue,” dijo el maestro.

“No hay justicia en esta industria,” continué. “Ninguna. En general, la gente compra lo que conoce. A más valiente es un equipo de desarrollo, menos esperanzas tiene para la venta. Así es que los estudios de más talento y con más perspectivas al futuro, como Looking Glass, pueden irse al garete. Por ello también los distribuidores se niegan a invertir en juegos interesantes en favor a los más seguros. Los estudios de todo el mundo hacen toneladas de dinero simplemente imitando títulos exitosos. De acuerdo, todo ello también puede ser encontrando en cualquier otra industria creativa. Pero por lo general, este infierno se reduce por la existencia de una escena artística underground, que la industria de videojuegos no tiene, o al menos, no de la misma forma. Los juegos cuestan mucho, mucho más en desarrollarse y necesitan recuperar más efectivo en las ventas como consecuencia de ello.”

El Maestro no respondió. Se limitó a mirarme. Como no tenía nada mejor que hacer, seguí hablando.

“Con toda probabilidad estamos viviendo una edad oscura y debido a que cuesta enfrentarse con-“

“No,” dijo el Maestro, dándose la vuelta para darle la cara a la pared. “Dios. Cállate. Sólo cállate.”

Me quedé mirándolo, incrédulo. “Entonces déjame IR,” grité, estirando mi mano contra las esposas.

“¿No estás cómodo ahí?” dijo el Maestro. “Pensé que lo estarías. Pensé que te gustaban los complejos militares, las instalaciones de investigación, las cámaras de detención, los largos pasillos, todo eso. Te divertiste mucho atravesando muchos de ellos, ¿verdad?”

“…Sí”, dije cautamente.

“Sin mencionar todos esos juegos de la Segunda Guerra Mundial, o todos aquellos RPGs fantásticos japoneses. O los MMOs con su grindeo masivo, los simuladores de amor, los juegos de estrategia en tiempo real con sus trasfondos sci-fi. Has jugado a un montón de juegos de mierda, chico. Juegos sin una pizca de creatividad en sus diseños.”

Me limité a mirarlo. ¿Qué era aquello?

“Bueno, no todos los juegos pueden ser un Gitaroo Man,” dije.

“Pero te gustaban todos esos juegos de mierda,” dijo el Maestro. Se movió para apoyarse con ambas manos en el escritorio. “Te gustaba esa mierda lo suficiente como para darles buenas puntuaciones en las reviews. Porque ese es tu trabajo, ¿no? Escribes análisis de juegos. Eso es lo que haces.”

Oh, Dios. Oh, piedad. Sabía a donde iba todo aquello.

“No me gustaban,” dije.

“TE GUSTABAN,” gritó el Maestro. El terror empezó a secarme la cabeza.

“2004,” dijo el Maestro. “Medal of Honour: Pacific Assault. ¿Qué le distes?”

“7/10.”

“¿Phantasy Star Universe?”

“No puedo… 6/10.”

“Lemoney Snicket’s An Unfortunate Series of Events: The Official Game.”

“…61%,” gemí.

“Buenas puntuaciones,” dijo el Maestro. “Ahora. Intentemos alguno de esos juegos raros que te gustan. ¿Qué le distes a Way of the Samurai?”

Rompí nuestra mirada y tomé una larga calada del cigarro. “5/10.”

“Oh,” se burló. “Vale. Vamos a usar uno de tus ejemplos. Si hicieras el análisis para alquien, ¿qué le darías a Pathologic?”

“No. ¡No lo sé!”

“¿No? Bien, yo te lo diré. Le habrías dado un 6 o un 7, porque eres un jodido COBARDE.”

Las palabras me abrieron como un cofre. Miré en mi interior. No había nada ahí.

“Tú,” el maestro siguió, estirándose y alisando su uniforme, “eres un hipócrita, y eres la puta peor parte de esta industria. Deberías oírte hablar sobre juegos interesantes y no consiguiendo el reconocimiento que merecen. ¿Qué gente es la más capaz de cambiar eso? Los desarrolladores no. Son equipos de cientos, haciendo juegos para que las grandes compañías se los publiquen. Y tampoco es el público. Un chico puede comprar un juego y convencer a todos sus amigos de lo mismo, pero eso no es más que una gota en un océano. Al no tener en cuenta la creatividad en tus análisis, te conviertes en lo peor de lo peor. Te quejas de la falta de justicia en este mundo cuando TÚ ERES el jodido JUEZ.”

“Eso no es VERDAD,” grité, poniéndome en pie todo lo rápido que pude, las esposas me agarraban con fuerza. “¿Qué te crees que hace un analista de juegos? No somos críticos del diseño. ¡Escribimos guías de compra! El redactor les dice a los lectores en qué deben fijarse y les da una pista de cómo se divertirían ellos. Y ya está. Porque los videojuegos son el entretenimiento con las inversiones más grandes en tiempo y dinero que existen en este planeta. Puedes decirle a un jugador porqué Jet Set Radio o L.O.L. son importantes, pero no les das un 10/10 por lo que intentan hacer. Puntúas un juego según si consigue o no tener éxito como entretenimiento.”

“¿Así que sabes qué es lo mejor para tus lectores?” preguntó el Maestro, su tono áspero se endureció, agudizándose. “¿Es eso? Mejor mantener a las ignorantes masas lejos de Steambot Chronicles y The Void porque, cuando tú amas esos juegos, ¿ellos no los van a entender? ¿Cómo demonios te crees que los jugadores van a empezar a disfrutar los juegos raros si no poseen ninguno de ellos? Vistes los comentarios del artículo donde les decías a todos de comprar Pathologic. La mayoría de la gente que salió y lo compró, no les gustó. Casi nadie lo acabó. Pero nadie dijo que se arrepentían de haber gastado el dinero.”

“Esto no es justo,” dije. “No estás siendo justo. Todos somos engranajes de la misma máquina. Ningún editor va a contratar a un periodista aventurero que causa problemas bajando juegos por falta de originalidad, o da 9s y 10s a cosas que destacan mucho. Y damos buenas puntuaciones a los juegos raros cuando podemos. ¡Uno de mis primeros análisis fue dándole a God Hand un 9!”

“Ahí es cuando dais más asco,” dijo. “Los periodistas bajan en masa a masturbarse alrededor de un juego tan genuinamente brillante como God Hand o Katamari Damacy, todos tan orgullosos de sí mismos de estar apoyando al pequeño desarrollador. Ese es el tipo de soporte y valentía que deberíais mostrar todo el rato. Pero no lo hacéis. Les das a los juegos valientes e inteligentes la misma puntuación que a los rip-offs competentes que te daría vergüenza tener en tu estantería.”

Me senté de nuevo y encendí otro cigarro. No quería. En aquel punto, cada calada me destrozaba los pulmones. Expiré el humo y apoyé mi cabeza con la mano libre que me quedaba, apoyada a su vez en el escritorio.

“No lo entiendo,” dije. “Entendía al otro tío, el primer Maestro. Pero a ti no te entiendo. ¿Qué quieres de mí?”

No miré arriba. Estaba tan cerca de las lágrimas que no quería que me viese.

“¿Realmente no lo sabes?” preguntó.

“No,” gemí. “Lo siento. No sé qué se supone que debo debatir aquí. No conozco los argumentos, las excusas, o lo que sea. Quizás se supone que debo tener una mejor trayectoria. Pero es que, ninguna parte de la industria de los videojuegos puede ayudar al sector de los juegos raros. El público tiende a evadirlos para comprar cosas más grandes. Eso significa que los desarrolladores que quieren crearlos no pueden pillar el soporte financiero necesario. Y nosotros, los periodistas… No lo sé. Quizás la estamos cagando. Pero nuestra prensa aún no se ha diversificado lo suficiente hasta el punto donde cada uno de nosotros puede bajar puntos por no mostrar ninguna originalidad, porque así no es como nuestra audiencia piensa.”

“¿Lo… Sientes?” dijo el Maestro. La parte superior de su cuerpo se inclinó hacia mí, mientras los botones de su ropa brillaban.

“Sí,” gemí de nuevo, enterrando mi cara en mi mano. “Lo siento. Durante toda mi vida he estado hablando de la injusticia en la industria de los videojuegos como si fuera alguien externo y observador. Pudiendo ser un periodista interesante, no soy más que alguien que apoya los juegos aburridos y malos. Simplemente hacemos nuestro trabajo. Soy tan malo como el jugador que compra ese juego aburrido, en vez del interesante, porque nos limitamos a comprar lo seguro. Soy un hipócr-“ y no pude acabar, porque me estaba asfixiando. No podía respirar más. Algo duro y frío estaba subiendo de mi garganta.

Instintivamente agarré mi cuello con las manos, pero una de ellas estaba encadenada y la otra sostenía un cigarro, así que ninguna de las dos llegó a su destino, dejándolas de nuevo encima del escritorio. Desde esa posición, como un mal orador dando razones en su propio idioma del juicio final, carraspeé y empujé al intruso con espasmos. Cualquiera que haya dudado del realismo de que un gran jefe final tuviese un pequeño punto débil, claramente nunca había experimentado aquello. Ser derribado por una golosina que se te ha ido por el otro lado siempre tiende a hacer que mires aquello con otra perspectiva.

Finalmente aquella cosa salió de mis labios y cayó en la mesa. Me quedé mirándola, jadeando. Era una pequeña y húmeda llave. Miré al Maestro. Estaba sonriendo.

“Todo lo que tenías que hacer,” dijo, arrancado el cigarro HD de mi mano y tocando el botón más elevado de su chaqueta, “era darte cuenta que estamos todos metidos en esto. Los desarrolladores y la prensa de videojuegos están atados a lo que el público compra. El público está atado por lo que los desarrolladores y la prensa les dan. Nadie tiene la culpa. Nadie tiene una moral superior a nadie. Y tú tampoco, tonto.”

“El siguiente Maestro puedes encontrarlo en Makka Minority Village. Está loco de remate, tío. Diviértete.” Me saludó con una sonrisa, un guiño, y se fue de la habitación fumando mi cigarro.

Lo escuché irse. La llave abrió las esposas que me ataban. Con temblores, me fui por la puerta abierta de la celda y me encontré a mí mismo de pie en la Sala del Fénix, tan llena de basura como siempre. Mirando atrás, vi que la puerta por la que había venido era la misma puerta que había atravesado para entrar a aquel lugar, con el túnel de hormigón detrás de ella.

El Maestro seguía alucinando, y parecía que pasaba un mal trago.

“No quiero ser soldado,” le escuché mascullar. “No quiero dispararle a gente. No me importa lo que hagan los nazis…”

Lo miré durante un rato. Necesitaba ayuda. Con cuidado de no pisar nada ruidoso, me dirigí hacia él poco a poco. Olía a algo inidentificable, como una multivitamina.

“Por favor,” estaba llorando. “No más armas.”

“¡Hey!” susurré. “Deja de hablar con ese tío. Deja las armas.”

“¿Quién…? ¿Quién es?” dijo el Maestro, aún con los ojos cerrados.

“¡Soy yo!” le susurré al oído. “¡Ulala de Space Channel 5!”

“¡Ulala!”

“Sí,” le dije. “Tengo que hacer un reportaje dentro de nada, pero ahora estamos solos tú y yo. Por qué no me ayudas con estas… Eh, ropas, ropas del espacio. Estas ropas del espacio.”

“Oh…” vino la respuesta, y una sonrisa abismal se dibujó en su rostro. Estamos todos metidos en esto, pensé.

Ya estaba fuera de Da Ja y esperando al autobús para bajar de la montaña cuando me di cuenta del guante que llevaba. ENCONTRAR MAESTRO RÁPIDO, decía. Riendo, me lo saqué, sólo para cagarme en todo al ver las palabras ENCONTRAR MAESTRO escritas en mi mano. ¿Había escrito yo aquello? Era un completo misterio, y me mantuvo pensando durante todo el camino hacia Makka Minority Village.

1 comentario:

  1. Brutal, brutalísimo el diálogo con el segundo Maestro :D

    Esto está empezando a molarme MUCHO.

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