Rompiendo el silencio y atravesando la oscuridad, pasaba la noche en una carretera vacía. No podía dormir, pero no porque fuera una mala noche, una de esas que no te sonríen y te traen desgracias de todo tipo, sino porque no pretendía pasármela tirado.
La moto situada entre mis muslos palpitaba como un luchador
de lucha libre metálico pegado al asfalto. Era tarde, y seguiría conduciendo
hasta que el miedo a encontrarme con un pedrusco en la carretera (o una goma
elástica o un chicle) que me hiciese caer entumeciese mis sentidos. En vez de
eso desarrollé otro miedo, la creencia que el golpe ya había sucedido y que lo
único que me mantenía pegado a la motocicleta eran mis manos, que dirigidas
automáticamente, seguían pegadas al manillar.
Sin duda la máquina que conducía era terrible, e incluso
creo que la peor. Mientras avanzaba me distraía pensando en la teoría que
pasaba por mi cabeza. ¿Cuál sería la peor máquina del mundo? ¿Uno de esos
hornos microondas de 1950 que seguían funcionando si la puerta se caía? Quizás.
¿Una de las primera GameBoy Advances sin la pantalla backlit? Seguí y seguí
conduciendo.
Hay una frase inglesa con mucha importancia a la hora de
viajar: “Estar en medio de la nada”.
Hay algo profundamente extraño en los lugares perdidos de la
mano de Dios. Ya sabéis, esas casas amontonadas que te encuentras siempre al
lado de gasolineras, o esos pueblos donde todos sus habitantes tienen grandes
plantaciones de droga porque la cárcel da menos miedo que el aburrimiento.
Solitarios, silenciosos agujeros que no dejan salir a nadie, que nunca quieren
cambiar, que nunca quieren nada en especial. Sitios donde el volumen y la
amplitud de la mente dentro de tu cabeza te hacen sentir como un vampiro frente
a una cruz.
La dura realidad de esos lugares es que no son ningún lugar
en particular, que están en ninguna parte. Hay un monstruo dormido en ningún
sitio, y es más viejo y grande que tú, es más grande que una isla, y nunca ha
conocido la felicidad. Si alguna vez estás en ningún sitio en particular, y
piensas sobre ello, difícilmente puedes pensar en otra cosa, y difícilmente puedes
respirar, y oh, Dios, está vivo, es esa cosa enorme de la que nadie puede
hablar. ¡No hables de ella! ¿Qué dirías?
Pero no está todo perdido, porque en nuestra lengua tenemos
esa frase. Nunca estaremos en ninguna parte, porque siempre estaremos en medio
de algún sitio, lo cual es mucho más agradable y divertido. ¿Véis? La frase
crea de ningún sitio un lugar, con límites y centro, y si hay límites, puedes irte
de allí, puedes marchar hacia cualquier dirección y “la nada” cesará de
existir, y esa experiencia se convertirá en algo de lo que te podrás reír algún
día.
El orgullo fue lo que me hizo llegar hasta aquí con ese
trasto. Creo que en la tienda de motos me vendieron esa chapuza solo para verme
estampado en un muro y así poder cobrar exageradas facturas por daños y
perjuicios. Cuando vuelva de este arriesgado test de conducción, la expresión
de sus caras me animará aún más a sorprender a gente así, sea cual sea el
coste.
Después de 9 horas en carretera, el “coste” había decrecido
bastante por mis nervios, que ahora mismo eran tan fríos como un iceberg, y por
mis nalgas, que había previamente abollado. Esta era la peor máquina creada
desde… ¿El Hindenburg? No, claro que no. Aquella era una máquina preciosa.
Un bicho me golpeó el ojo mientras me preguntaba cuánto más
tenía que viajar. Me habían dicho de ir al Norte, y que el cuarto Maestro
estaba por ahí en algún lado. Me pregunté cómo debía ser. Me hice una imagen
mental, mascando una cigarra, con ojos que sobresalen como cuchillos en una
bolsa arrugada de papel.
La terrible motocicleta empezó a eructar de repente, era un
sonido diferente a todos los gritos y chirridos que había hecho antes, y me
asusté por completo. Me preparé física y
psicológicamente para lo peor. La máquina silbaba, ya no era el mismo cohete
borracho que había alquilado esa misma mañana. Seguía avanzando por la
carretera mientras metía el dedo en el salpicadero donde estuvo alguna vez el
indicador de combustible. Tendría que parar y volver a rellenar el depósito.
Cansado y dolorido como un esclavo, con cautela frené la
moto, golpeando el manillar torcido para no carme. Cuando nos detuvimos, el
negro paisaje que anteriormente me acompañaba mientras conducía se convirtió en
una realidad. Saqué el pie del apoyo y bajé al suelo. Hubo un silencio de dos
segundos, en el cual respiré profundamente por primera vez desde hacía horas,
cuando uno de los pedales de apoyo se desprendió y la moto se desplomó a un
lado. Con un suave movimiento, el luchador que había conseguido dominar por
horas se había revelado y me había dejado tirado en el asfalto.
Me senté un minuto, primero maldiciendo, después
descansando, hasta que los primeros mosquitos se atrevieron a entrar en la nube
de polvo que había levantado. Me levanté de nuevo y con una mentalidad muy
point’n’click, cogí una botella de plástico llena de gasolina de mi mochila,
levanté la moto (con un sonido parecido a: “HNNNNJODIDAMOTO”), quité el tapón
del depósito, quité el tapón de la botella con los dientes, metí la gasolina
dentro de la moto, dejé la botella en el suelo, puse de nuevo el tapón del
depósito, subí al vehículo y lo arranqué amablemente, por miedo a que el óxido
destrozara mis posibilidades de salir de aquel lugar.
El motor no arrancaba. Intenté de nuevo, terriblemente
preocupado, dándome cuenta que estaba haciendo el único ruido a más de diez
kilómetros a la redonda. Era inútil. Después de un minuto intentando arrancar, ya
acompañaba cada intento con una palabra malsonante. Cuando me quedé sin
potencia de arrancado, lo dejé estar, dejando que la moto se colapsara de
nuevo. Me senté a un lado de la carretera para recuperar el aliento un rato.
Por un repentino capricho, me acerqué a la botella que había dejado en el suelo
y por la cual había pagado tanto dinero. No olía en absoluto a gasolina. Olía a
Winter Melon.
Puede que me quedase ahí sentado durante horas, sintiendo
pena por mí mismo y esperando a hacerle señales a la primera persona que
pasase, pero los mosquitos eran algo preocupante. Se habían vuelto más y más
grandes a medida que viajaba hacia el Norte, y recientemente habían pasado de
ser insectos a cabrones con alas. Enormes, cabreados y con rayas amarillas,
golpearías uno de ellos para únicamente conseguir que se fueran volando como si
nada cuando levantases la mano.
Así que caminé. Bajo una pequeña Luna y un cielo carbón,
cogí la moto y empecé a caminar por la carretera. No me acuerdo de haber pasado
por ningún pueblo en la pasada media hora, así que seguí hacia adelante. Avanzando.
Al menos la moto era ligera, y andar no suponía demasiado problema.
Después de un rato entre una hora y una eternidad vi una
señal en la distancia, ocultada por décadas e iluminada por una luz amarillo
malaria. No podía leer lo que ponía, pero a medida que me acercaba vi un par de
motos y un pequeño, escuálido edificio con una puerta de garaje. Me di cuenta
que lo que estaba mirando era un taller mecánico. Había tenido una suerte
tremenda.
Con un empujón saqué la moto de la carretera y la dirigí al
edificio, para después llamar a la puerta. Esperé un rato con los mosquitos
molestando y revoloteando por mi cara. La puerta rodó hacia arriba con
estrépito, y sonreí afablemente mientras el propietario me miraba de arriba
abajo al ver que era extranjero, con mis prendas de ropa sudadas y mi motocicleta
de Black Lagoon. Inmediatamente sacudió su cabeza y bajó la persiana. Me
esperaba algo así. Con una mano
aguantando la moto, apuñalé mi bolsillo, cogí una maraña de billetes, y lo
introducí por la pequeña obertura a nivel de la rodilla justo antes de que se
cerrase completamente. Con las dos manos ocupadas, sentí un mosquito clavarse
detrás del cuello buscando un sorbo.
Con reticencia, la persiana ascendió de nuevo, revelando
primero los gastados zapatos, después las ropas manchadas de aceites, y finalmente
el acartonado entrecejo del mecánico. Tenía una cara de mala pornografía; sin
vida, ojos atractivos y unos grandes y mojados labios, rodeados de un nido de
negro pelo curvo.
Me metí dentro en cuanto pude y dejé la moto contra la
pared, como cual borracho. Explicando la situación con gestos sobre mi bebida en el
depósito de la moto, el mecánico apartó la frialdad, y soltó una carcajada que
llenó la sala como gas a presión, llenándome por completo de adrenalina. Me
llevó como cuatro o cinco segundos dibujar una sonrisa recíproca en mi rostro.
Contemplé como cogió el depósito y lo situó bocarriba en el
suelo, goteando, para que la bebida pudiera drenarse. Sabía que tendría que
pasar un rato hasta que aquello acabase por completo. Cuando acabo su tarea, el
porno-mecánico se giró hacia mí, me explicó la situación con un gesto y sacó un
par de cervezas templadas de una caja situada en un rincón de la habitación.
Abrió una botella con la otra, y después la otra golpeando la tapa contra la
mesa. Le di las gracias y bebimos. Apoyé mi espalda en una de sus mesas de
trabajo, y me sentí como la más blanca de las pizarras, manchándose de polvo,
lecciones olvidadas y rápidas bromas de críos.
De hecho, estaba tan cansado que cuando vi el pequeño
tatuaje de los Mercenarios de The Chaos Engine detrás de la mano del mecánico,
me tapé la cara con las manos y gemí.
“Oh Dios, eres uno de los Maestros.”
El mecánico cerró los ojos y bebió rápidamente su cerveza
como respuesta. Ignorándole, dejé de apoyarme en la mesa de trabajo y cogí los
cigarros HD de mi mochila. Mientras lo encendía, me giré hacia él y levanté un
acusante dedo en su dirección. “Al menos eres el maldito último.”
Pegué una calada. Exhalé el humo. Aparte del extraño sabor
en mi boca, nada cambió. ¿Dónde estaba mi nueva realidad? No podría haber
mirado con más extrañez al cigarro, aunque empezase a hablar o algo así.
“Relájate, amigo, relájate,” dijo el mecánico, que al menos
parecía haber aprendido inglés. “No te preocupes. Estás en el sitio correcto.
¡Hey! Vamos con algo más fuerte que una cerveza, ¿eh?” Sin levantarse, cogió
una botella roja perfectamente cilíndrica que tenía debajo de la mesa donde
estaba sentado. “Esto es la leche, tío. Es una Poción. Una de verdad. Causa
Berserker.”
“No creo que debamos-“ empecé, mientras el Maestro bebió la
mitad de la botella de un sorbo. Después de acabar, soltó un jadeo parecido a
orina en brasas. Siendo un novato en bebidas exóticas, aquello picó mi interés.
Además, no me gustaba la idea de ser el único hombre de la habitación que no
estaba en estado Berserker. Caminé hacia él y tomé la poción, acabándola en dos
profesionales sorbos. Sabía dulce y sólo un poco a alcohol, pero furiosamente
picante. Inmediatamente empecé a tener hipo.
“Dime, amigo,” dijo el Maestro. “¿Qué opinas de los juegos?”
“¿De los *hic* juegos? No de, no sé, ¿los juegos americanos, o los *hic* juegos violentos o
algo?”
“No,” dijo, sonriendo y apoyándose en sus piernas.
“Simplemente de los juegos.”
Era un tema grande. Intenté organizar mis pensamientos, pero
todos ellos eran pensamientos grandes desde puntos de vista equivocados, y
claramente no podían unirse para dar conclusiones comunes. Esos pensamientos
tendrían una aparición si me preguntaba, pero no en términos tan generales.
Simplemente tenía que empezar a hablar.
“Me gustan los juegos,” empecé, aun fumando el cigarro HD.
“Me gustan *hic* mucho. Específicamente, me gusta cómo los juegos consiguen
emocionarme. Esa es la razón por la que los juegos, creo. El elemento de *hic*
la interactividad te transmite una experiencia, y una vez estás en la
experiencia, es mucho más fácil exaltarte, excitarte, frustrarte o cabrearte.
Cuando estás jugando a un videojuego, los éxitos, los descubrimientos, y los
*hic* hechos que ocurren en la pantalla- son todos tuyos. Los fracasos, las
pérdidas, los enemigos- también son todos tuyos.
“Es como, todos sabemos lo atractivos que son los
videojuegos. Un niño extasiado con sus ojos pegados a la pantalla sigue siendo
la imagen que define el videogaming. Y aun así nadie se preocupa de darle la
vuelta a esa imagen- nadie pregunta por qué el juego atrapa tanto al niño. Y la
respuesta es, que el juego no está atrapando al niño, el niño está atrapando al
juego. El cuerpo del niño parece no tener vida porque no está en la habitación,
está dentro del juego.
“Pero me estoy yendo por las ramas. Básicamente, para mí los
videojuegos van de la capacidad de atraparte en su mundo, y lo que te hacen,
emocionalmente, una vez estás allí.”
El Maestro asintió. “Sí,” dijo, “y los videojuegos que
personalmente eliges jugar. Son los que más cosas te transmiten, ¿verdad? Te
gustan los juegos serios. Los difíciles.”
“Claro,” dije. “Eso empezó a ser un problema. Hace muchos
años empecé a jugar juegos en Hard Mode porque sí, sólo para encontrar un poco
más de tensión. Algunos, juega a juegos para relajarse. Otros, juegan para
divertirse. Esa gente es completamente opuesta a mí. Mis juegos favoritos son
los que me dan miedo, o los que me dañan, o me joden. Me gustan los juegos que
dan suficiente libertad para desarrollar mi propia historia en el mundo que
ofrecen, y para todos, incluyéndome, para que nos importe esta historia,
necesita puntos fuertes y débiles. Y el, eh…”
Algo malo le estaba pasando al Maestro. Respiraba
profundamente, y su piel estaba empezando a coger un tono quemado por el Sol.
“Te pillo, te pillo,” vociferó. “Te gustan los juegos maximalistas. Eres
probablemente uno de esos tíos que creen que el término ‘juegos’ no es
beneficioso para la industria.”
“Claro, ese soy yo,” dije altivamente, dando dos pasos para
atrás, alejándome de él. “El término ‘juegos’ automáticamente nos hace pensar
en diversión y entretenimiento, y no en los géneros con un potencial más
adulto.”
“DEBERÍAN SER FUSILADOS”, escupió el Maestro. Esa piel
quemada por el Sol se estaba poniendo peor. Su vieja, moteada piel empezaba a
parecerse al chorizo. ¿Hasta dónde le llevaría esa poción? Intentando parecer
un tipo duro, me apoyé en una mesa de trabajo y empecé a analizarlo en busca de
un arma. Una pesada llave inglesa me miraba inocentemente. Vale.
“¿Quién debería ser fusilado? “ pregunté.
“Estoy contigo, tío,” dijo el Maestro. “Todos aquellos que
escogen gastarse su dinero en juegos casuales, o juegos facilones, ¡esa gente
son CADENAS que sujetan con fuerza la industria! ¡Tenemos que HACER ALGO para
evitarlo!” Avanzó un paso, y habló con un agresivo susurro. “Sé cómo hacer
bombas. Podríamos bombardear PopCap Games. Eso sería un comienzo, ¿eh?”
“¡No, tío!” dije. “No hay nada que hacer sobre ello. Los
juegos accesibles y los hardcore, son dos caras de la misma moneda. Siempre
habrá una demanda de juegos accesibles, casuales, así que esos juegos siempre
serán-“
“COBARDE,” gritó el Maestro. Se precipitó hacia mí, y puso
sus sudorosas manos bajo mis hombros. Dejé caer el cigarro sólo para darme
cuenta que no podía agarrar la llave inglesa porque mis brazos estaban
atrapados, no podía hacer nada excepto mirar su palpitante cara pornográfica.
Sentí como mis pies dejaban el suelo según me levantaba como un trofeo, y para darme
vueltas y luego lanzarme a un rincón. No era lo más fuerte que había sido
lanzado, pero ese mundo de puntiagudas y punzantes máquinas no era un buen
lugar para aterrizar. Tuve cuidado de moverme hacia una pared concreta y volver
tropezando hacia el Maestro. Mi cerebro ahora conocía el área que lo rodeaba
como “un sitio no agradable”, así que procuré mantenerme a una distancia
prudencial de él.
Quizás alguna vez os hayan hecho beatdown. Quizás no. Si no
es el caso, entended que una vez un hombre te noquea contra el suelo con una
velocidad y fuerza superiores, recibís un instantáneo telegrama de tu cuerpo
diciéndote que la pelea se ha acabado, y que simplemente deberías tirarte ahí y
rezarle al niño Jesús para lo que fuera que viniese después. Y eso es exactamente
lo que pasa.
Eso no volvió a ocurrir. En vez de ello, vi como el Maestro
cogía la llave inglesa que yo mismo iba a coger. Me miré las manos, eran tan
rojas como las del Maestro.
“¿Sabes lo que realmente me gusta jugar?” dijo el Maestro.
“Me gustan los shooters en primera persona. Eso es lo mío. Los planos,
aburridos y lineales shooters. ¡Ah, y las secuelas! Y me gustan los juegos RTS
que son jugados con la dificultad de la IA al mínimo.”
“TÚ,” grité. Cogí mi poción vacía de la mesa y caminé hacia
el Maestro. Estaba sonriendo, y la llave inglesa seguía situada en el extremo
de su brazo.
“Me gustan los juegos familiares, donde no tengo que
pensar,” dijo, en el mismo tono educativo. Quizás hubiera parecido relajado si
no fuera por la espuma saliendo de su boca.
“Y me gustan los juegos en los que matas a gente. Matar gente es
divertido”
Me arrastré hacia adelante, acercando tanto mi cara a la
suya que no podía distinguir si era o no humano. Era simplemente unos ojos
vidriosos, una nariz prominente y unos labios espumosos. “Dilo,” le dije.
“Atrévete si tienes lo que hay que tener.”
“Un buen juego tiene que ser divertido,” dijo.
Grité tan algo que me di miedo a mí mismo, y como si fuera
un jugador de básquet, rompí la poción vacía en la repugnante cara del
mecánico. Se derrumbó como un soufflé.
Mi bota estaba en la garganta del Maestro antes de que
pudiera hablar. Su cara era un mapa de cortes, pero la sangre era del mismo
color que su piel. “¿Un buen juego tiene que ser divertido?” pregunté, con
todas las consonantes. “¿Qué sabes tú de videojuegos? ¿Qué es lo que tienes? ¿A
qué has jugado? Te diré a lo que he jugado yo. He jugado a juegos que usan su
narrativa para volverme alguien más. Alguien más duro y más fascista del que
nunca hubiera imaginado. He jugado a juegos en los que otros jugadores me
acusaban erróneamente de crímenes que no cometí, castigándome por ello. He
jugado a juegos donde era un soldado legendario, luchando contra miles de
hombres, aún sabiendo que no podía ganar. He gastado mi vida entera jugando a
los juegos más increíbles y fascinantes que pude tener en mis manos. ¿Quién
eres tú para decirme qué es un videojuego? ¿Eh? ¿A qué coño has jugado tú?”
Ambas manos del Maestro estaban empujando mi bota. Dejé de
presionarle por un momento, para que tomase aliento, y entonces apreté de
nuevo.
“¿Sabes lo peor de la gente como tú, los que juegan sólo
para divertirse? Que hay demasiados. Que hay más que piensan como tú que los
que piensan como yo. Así que, tenéis la mayoría de los estudios del planeta
para haceros lo que queráis. Vosotros conseguís jugar a aquello que os gusta.
Nosotros, los que buscamos cosas interesantes, no.
Empezó a dolerme la cabeza, y ardía tanto como una rueda de
un camión viajando a 190km/h. Saqué mi bota de la garganta del Maestro y empecé
a pasearme por la sala, tirando al suelo una barba entera de espuma con la
palma de mi mano. Jadeando, el Maestro habló.
“Capullo pretencioso. Los juegos son juguetes. ¿Por qué no
escuchas lo que hablas?
Y entonces me lancé de nuevo hacia él, a rodillazos. Estaba
sonriendo. ¿Por qué? Le pegué dos veces. Su cabeza se movía tanto cada vez que
incluso podía oírla.
“Escúchame,” dije, con mi saliva goteando por su cara
destrozada. “Juegos. Son juguetes, porque la gente como tú así los ha
clasificado. Porque la gente como tú quiere divertirse, la industria continua
haciendo juguetes, y la gente como yo, que suelta palabras como ‘literatura’,
os reís de nosotros porque todos los juegos son juguetes. ¿Ves el ciclo? ¿Ves
lo que me estás haciendo?
“¿Sabes lo que tú y yo tenemos que vivir juntos? El
nacimiento de una nueva forma de arte. El porcentaje de seres humanos que
consiguen experimentar eso tiene que ser tan remotamente pequeño, y estamos
todos gastándolo, jugando a basuras, porque para la mayoría de los gamers
‘interesante significa ‘diferente’, ‘diferente’ significa ‘extraño’, ‘extraño’
significa ‘confuso’, y ‘confuso’ significa ‘no diversión’, y ‘diversión’ es
básicamente de lo que va jugar, ¿verdad? ¿Verdad?”
Lo que antes parecía ser una sonrisa se movió debajo de mí.
“Verdad,” dijo.
“¡MENTIRA!” ascendí mi mano para golpearlo de nuevo, y un
dolor agudo me hizo parar. Miré- había un vidrio de la poción clavado en la
palma de mi mano, como la tarjeta de negocios de Satanás. Mi piel ya no era
rojo-sangre, tampoco. Antes de que me diera cuenta estaba temblando. Volvía en
mí mismo.
“Tú no eres un Maestro,” le dije al hombre debajo de mí.
“¿Qué eres?”
Me levanté, asombrándome al instante. Una mesa me agarró
antes de que pudiera caerme por completo.
“Mátame,” decía el hombre en el suelo, sin moverse.
Giró su cabeza para mirarme, aquello ya no tenía cara. ¿Era
yo el causante de aquello?
“MÁTAME,” gritó aquella cosa.
Me largué de allí, subiendo la persiana con mi mano buena,
cogiendo mi mochila y corriendo, simplemente corriendo, hacia la oscuridad
latente de la noche. Conseguí llegar a la carretera y vi luces al fondo, y me
caí sobre mis rodillas. Cuando oí los frenos del coche, sabía que estaba
salvado.
Nada de aquello valió la pena. Volvía de nuevo a Language City, me iba a casa. Si aquella gente quería darme el Ciudadano Kane de los Videojuegos, esta sería su única oportunidad.
Nada de aquello valió la pena. Volvía de nuevo a Language City, me iba a casa. Si aquella gente quería darme el Ciudadano Kane de los Videojuegos, esta sería su única oportunidad.
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