lunes, 7 de enero de 2013

Journey of Saga - Tercera Parte


Entre ruidos y saltos, parecidos a los de un caballo bajando escaleras, llegamos a una parada de buses fuera del Templo Holy Money. El calor del mediodía nos alcanzó al instante, dejando a un lado la agradable atmósfera del viaje. Abrí yo mismo la puerta de la máquina y le entregué al conductor una nota arrugada por valor de 70,000$.

Si estás viajando por bastantes países con diferentes tipos de cambio, no vale mucho la pena memorizarlos. Les das una o dos notas aleatorias y te vas como un cowboy después de un tiroteo. La mitad de las veces pensarán que eres un generoso amante de lo exótico, y otras veces una rata egoísta (o puede que una extraña raza moderna de mega-bastardo). Al final tu saldo bancario será el mismo y habrás ahorrado un montón de aritmética mental.

La marea de vendedores que vino hacia nosotros después de salir del vehículo hacía que no pudiésemos ver siquiera el templo. Inusualmente gruesa y viciosa para esta época del año, la multitud me echaba para atrás según me abofeteaban la cara con tallas de madera importadas y paquetes de postales. Recuerdo un húmedo y repentino ataque de pánico a medida que mis piernas chocaban contra la parte delantera del coche. Si me caía, todo estaría perdido, y un mes a partir de ahora intentaría deletrear “souvenirectomia” en el formulario de reclamación de seguro. Chico, odio rellenar papeleo. Seguía tratando de mantener el equilibrio cuando la gente cambió de dirección, empujando hacia adelante con aún más fuerza.

Finalmente conseguí sacar uno de mis brazos de la presión. Con mi cuerpo doblado en un ángulo de 45 grados alcancé un montón de origamis de papel que tenía en el bolsillo por valor de 15.000.000$ y los lancé al aire. Efectivamente, la gente empezaba a moverse en dirección al dinero. Me volví hacia donde la multitud era menos densa, y agachado y en cuclillas, salí del alboroto como buenamente pude, entre lluvias de rosarios.

Deseoso de mantener el impulso de salida, empecé a caminar a trote lento, girando en torno a mí mismo hasta que me encontré de cara con el propio templo. Estaba cómodamente situado entre las verdes plantas de la jungla y bajo un cielo nublado. En ese momento, a medida que me caía el tibio sudor a los ojos, empecé a correr.


El Templo Holy Money podría ser el templo más funcional del mundo. Hace 400 años los empobrecidos lugareños lo construyeron como una ofrenda al Dios del Comercio, esperanzados de que gracias a él llegase una gran ayuda monetaria. Desde entonces, gente extraña de otras partes del mundo ha estado llegando, atraídos por lo que todavía los lugareños llaman “magnetismo celestial”. La gente rápidamente decidió que esa bendición del cielo estaba allí para ser aprovechada, por lo que los monjes empezaron a cobrar tarifas de entrada, los niños empezaron a practicar lamentándose y cojeando, y así sucesivamente.

No hay nada sagrado en él, por supuesto, pero el turismo no es que sea el concepto más fácil de explicar. ¿Sabéis que en inglés, viaje (travel) tiene la misma raíz que dolores (traveils)? Las dos vienen del antiguo francés “travailer”, trabajar duro. Sólo recientemente viajar ha significado algo parecido a “vacacionar”, a pesar de que los romanos utilizaban este mismo término para descansar de viajar.

Mi trote se frenó a un paso rápido aún con el templo un poco lejos. El calor era horrible y mi camisa ya estaba aferrada a mi espada, retrocediendo de los rayos solares. Deseoso de que cualquier cosa se pasara por mi cabeza para entretenerme, pensé en mi misión por 100ª vez.


Debía satisfacer, o puede que derrotar, a cuatro maestros si quería recibir el Ciudadano Kane de los Videojuegos.

De nuevo: ¿Maestros de qué, exactamente? ¿Del diseño de videojuegos? Ese no parecía el sitio donde encontrarías un desarrollador, excepto quizás uno que esté lo suficientemente enloquecido al ver su diseño de ensueño, el amor de su vida, convertido en un aburrido lanzamiento por un mal distribuidor o por simple mala suerte. ¿Cómo podrías consolar a un hombre así? ¿Cómo podrías destruirlo?

Las personas que le dan la espalda a los videojuegos son siempre más difíciles de tratar que las que nunca han jugado a ellos. Avergonzados como podrían ser aquellos que han abandonado, por ejemplo, la poesía o la creación de películas indie, los que han dejado atrás a los videojuegos tienden a verlos como ese monopatín abandonado de su garaje, aquel bajo la caja de herramientas, al lado de su nuevo Renault Clio.

Con alguien nuevo en los videojuegos, es maravillosamente fácil tratar con ellos con nada más que una descripción espeluznante, de algo de lo que siquiera no tenían ni idea de que podía existir. De este modo, probándoles que su categorización mental es algo tanto objetivamente como filosóficamente incorrecto, haces un agujero en su mundo y ellos intentarán llenarlo. “¿En serio? ¿Qué más pueden hacer los juegos?” “¿Podría jugar a uno de ellos?”


Pero los viejos gamers ya han estado ahí, donde sea que estés hablando, y al hablar sobre ellos, las imágenes que tú describes él ya las habrá vivido y experimentado, y las decepciones caerán como una enorme sábana blanca. Asentirán ante tu excitante descripción, sea lo que sea, y luego fríamente te explicarán porqué los juegos no son para ellos.

Me precipité por las últimas escaleras torcidas de camino a la entrada del templo, de dos en dos; dos, cuatro, seis, ocho, con sudor goteando de mi nariz con cada salto. El Templo Holy Money era hermoso, por supuesto, así como las inmensas estructuras de piedra. Diez, doce, catorce. A pesar de ser uno de los edificios más inmutables del mundo, los materiales naturales están construidos a partir de un gran animismo. Dieciséis, dieciocho, urgh, veinte. De pie en la puerta de entrada de 12 toneladas, el sexto sentido de tu cerebro te avisa que vas a ser comido en breve. Ese mismo sentimiento que te dice que cualquier grita es una cicatriz y que cada corriente de aire es un soplo. Treinta y dos, joder, treinta y cuatro, mierda, treinta y seis, joder, treinta y ocho, mierda, cuarenta, joder.

En cuanto llegué a la cima miré abajo a través del sudor. Ninguno de los monjes se había molestado en desearme paz, y en su lugar se fueron desplazando a cada lado de la furgoneta que acababa de llegar, llena de un rico botín de turistas. Los monjes estaban meciendo la furgoneta de un lado a otro sobre sus ruedas, cada vez inclinada un poco más. Sentí una punzada de simpatía por los turistas. Hace un par de años podría haber tratado de ayudar. Secándome el sudor de la cara con toda la longitud de mi brazo, me di la vuelta y entré dando tumbos al templo. Cuando di los primeros pasos por la sombra oí un repentino golpe, seguido de un coro de aplausos, al ver que la furgoneta se había inclinado totalmente hacia un lado.


Sin saber lo que estaba buscando, me encontré a la deriva a través de los mausoleos en vez de alrededor de torres y almenas, sólo para mantenerme fuera del Sol. Estuvo muy bien. Parecía tener el lugar para mí solo, y podría haber dejado que las corrientes de aire de aquel edificio soplasen suavemente en las ascuas de algún animal cocinado. Saqué una lata de Winter Melon de mi mochila, una bebida que había comprado por 800$ en el último pueblo antes de llegar aquí. Descubrí que a pesar de su atractivo nombre, era gelatina que sabía a cigarros mojados. Decidí sobrevivir durante el resto del viaje con las latas que tenían el nombre más asqueroso posible.

Aparecí en la parte superior de otra gran escalera en el lado opuesto del edificio. Esta vez era una visión más noble, veía a través de la parte superior de una espesa selva sin fin. Sólo había una persona más, un solo monje con túnicas marrones detrás de una barandilla a la mitad de la escalera. Sacudiendo un par de pequeñas arañas de mi camisa, me dejé caer en la escalera por encima de él mientras pegaba otro sorbo de Winter Melon.

“¿Está arreglando la barandilla?” Me aventuré a preguntar. Hasta mi voz parecía más sudorosa.  ¿Era sudor de las cuerdas vocales? El monje se volvió para dirigirse hacia mí.

Ahora, un inciso: Recuerdo mi momento de mayor orgullo jugando Demon’s Souls. No fue matando ningún demonio en particular o apartando mi personaje a poquísima vida de una trampa en el último segundo. Fue utilizando el creador de personajes, haciendo a alguien que pareciera religioso. Jugaba con un curandero (normalmente los juego cuando es posible, no sé por qué)  y había conseguido diseñar un personaje lo más parecido a un creyente que podía. Alto, pero con una cara que parecía más rarito que fuerte. Con un pelo corto castaño, un mentón y nariz prominentes, los ojos entornados, y una expresión suave y cabezota. Obviamente he conocido más que suficientes discípulos de la Fe para saber que no tienen en común ninguna de esas características, y sin embargo, ese personaje, parecía realmente un hijo de Dios, como si se tratase de alguien de carne y hueso.

Así era ese monje. El parecido era increíble, excepto por sus rasgos asiáticos y su cabeza rapada. Hablaba en perfecto y acentuado inglés.

“Los melones amargos no son amargos”, dijo, “pues he probado la más amarga de las amarguras.”

Miré la lata de Winter Melon que tenía en la mano, y después volví a posar mi mirada sobre él. “¿Quieres un poco?”

De nuevo, se volvió para hablarme. “Los melones amargos no son amargos”, repitió, “pues he probado la más amarga de las amarguras.” Y de nuevo volvió a su trabajo.

Algo pasaba. Su entonación era idéntica, ambas veces, y pensé que había visto algo. Entonces de nuevo, hablé. “Repites todo el rato lo mismo una y otra vez, ¿no?”

Se volvió. “Los melones amargos no son amargos”, dijo, y en ese instante deseé martillear un botón para pasar rápido el diálogo. “Pues he probado la más amarga de las amarguras.”

Esta vez lo vi claramente.  Cosido un hilo de color marrón ligeramente distinto al resto de su túnica, llevaba el antiguo logo de Playstation, que se extendía sobre el pecho con orgullo. Luego se dio la vuelta.

Alcancé mi mochila y abrí el paquete de tabaco HD. Desenvolviendo el plástico, cogí uno de los cigarros y lo encendí, rápidamente soplando el humo del interior de mi boca. ¡Ese sabor! Sostuve el cilindro y lo miré con asombro. Mi boca se sentía pegajosa, y mis dientes tan duros y robustos como las terminaciones de un enchufe.

Todo el rato mantuve un ojo sobre la espalda del monje. No se iba a ir a ningún lado. Al final, con una meticulosa expresión serena sólo vista en gente que sabe que está haciendo algo realmente, realmente estúpido, llevé el cigarro a mi boca e inhalé el humo. Estaba increíblemente bueno. El problema era, que la calada me hizo olvidar todo lo que me rodeaba.

Dentro de mi pecho, el humo salía fuera de mis pulmones de una forma muy agitada. Y mientras, me veía a mí mismo caer dentro de mi propia boca. Cada parte de mí, de mis orejas a mis tripas, notaba como mi sangre fluía por las venas. Y entonces-

Estaba sentado, tumbado pero manteniendo la distancia entre la pared y mi espalda con ambas manos. El cigarro seguía entre mis labios. Podía sentir su calor, su gordura. Seguía en el suelo del vasto templo, pero había cambiado. Primero, ya no eran ruinas, parecía haber sido construido hace poco. ¡Y el cielo! Había cambiado su color a un vivo y seductor morado, con la Luna más grande que había visto en mi vida. Sólo después de gastar unos cuantos segundos mirando aquella monstruosidad, empecé a darme cuenta que realmente no se movía y que no había posibilidad alguna de que me cayese encima. Al levantarme, me percaté de las estatuas que me rodeaban.

A mi izquierda había un Harman Smith de Killer 7 de aproximadamente 7 metros, con su silla de ruedas y todo. Delante de él, y a través de una plaza había una figura femenina y larguirucha, muy parecida a Aeris, de Final Fantasy VII. Y detrás de ellos había otras dos, y detrás de ellas muchas más. Reconocí a Sparkster the Rocket Knight, Neku de The World Ends With You, Samus, y hasta al protagonista de Shadow of the Colossus, alzando su espada por encima de su cabeza.

Girando como un hombre atacado por la retaguardia, me di la vuelta y miré hacia la estructura más grande de todas. Una limpia escalera, de seis metros de ancho y que subía hacia el cielo, a lo que parecía una cabeza del tamaño de una furgoneta. La cabeza estaba cubierta de andamios, pero después de un par de pasos tambaleantes en su dirección, comencé a reconocer los ojos, los oídos, y la gorra tejida. Era Parappa the Rapper.

El monje de antes también estaba ahí, abrazándose a sí mismo en la base de la escalera. Al menos él era el mismo de antes. Quizás con una constitución más fuerte, y sobretodo, más joven.

“¡Tú!” grité. Mi voz y acciones parecían duras y premeditadas en aquel lugar, como si estuviese controlándome con un teclado, u otro periférico. “¡Tú eres uno de los Maestros! ¡Lo sabía! ¿Has construido tú este lugar?”

De repente, dejó de abrazarse y miró hacia arriba. El logo de Playstation de su pecho ya no era difícil de distinguir, porque estaba cosido con un hilo rojo brillante.

“¿Y qué?” dijo.

Miré alrededor, exasperado. ¿Cuánto tiempo le habría costado todo aquello?

“Todos son personajes de videojuegos japoneses,” dije. “¿Por qué?”

“Este sitio es un monumento al diseño de juegos japoneses,” dijo el Maestro. “Todas las piedras que ver, las he desgarrado de la Tierra. Todas las estatuas que ves, han sido esculpidas. Tal era mi dedicación… Por aquellos entonces. Ahora, voy de un sitio a otro como un espíritu errante, sin las fuerzas necesarias para acabarlo. Dime, viajero. ¿Qué son para ti los juegos japoneses?”

Llegué hasta él a través de la plaza. Después de todo lo que había pasado, finalmente- Bueno, quiero decir, estaba ahí. Estaba empezando. Vale.

“Los juegos japoneses lo son todo para mí,” dije, estancándome un rato. “Los juegos, como un medio de desarrollo perpetuo, están construídos sobre una exitosa complementación de ideas, y la industria de juegos japoneses normalmente está caracterizada por su excepcional exageración de ideas. Esto se extiende más allá de lo extraño, con viajes coloridos como Um Jammer Lammy, Rakugaki Showtime, Tomena Sanner y demás. Esa voluntad de experimentar también ha resultado en la rotura de la cuarta pared como en Metal Gear Solid y avanzando los juegos de terror como Resident Evil o el original Siren, cuyo cojeo nunca pudo haber llegado de Occidente. ¿Qué tenemos aquí? ¿Thief? ¿Dead Space? Esos juegos van de hacerse cada vez más y más fuerte, en serio. Estabas en lo cierto al construir este templo, Maestro.”

El Maestro me miraba, con una expresión omniosa y sobrecargada, como aquella gran Luna. ¿Qué significaba eso? Había probado qu-

“No,” dijo el Maestro. “Los juegos japoneses están sobrevalorados.”

“¿QUÉ?” grité.

“Ahora lo veo claramente,” continuó, mirando vagamente la cabeza bulbosa de Parappa. “Esa es la razón por la que no puedo continuar mi trabajo en este lugar. Los juegos japoneses son un mundo lleno de diálogos terribles y mecánicas anticuadas, soportadas por los hombros de fanboys sin cabeza. Como yo.” resopló, tristemente.

“La mayoría de Final Fantasy son horribles”, siguió. “Empecemos por ahí. ¿Y quieres hablar de ideas? ¿Cuáles son las otras grandes sagas de Japón? ¿Dragon Quest? ¿Dynasty Warriors? Exactamente cuántas ideas hay presentes en ellos? Y no nos olvidemos de que Killer 7 fue un accidente. ¿Lo sabías, verdad? No tenía sentido no porque fuese arte.  No tenía sentido porque fue desmontado varias veces y juntado de nuevo en el último minuto para no pasarse del plazo. Esa es una píldora difícil de tragar.

“Hay un aire de reverencia alrededor de los juegos japoneses que ahora sé que está fuera de lugar. Fui completamente absorbido. Todos lo fuimos. Y ahora es el momento de empezar a ver esos juegos por sus fallos. La prensa comentando el terrible diálogo de Metal Gear Solid sería un buen comienzo. O podrían puntuar bajo por continuar usando el típico sistema de batallas por turnos, de la misma forma que atacas a un juego por no tener un sistema decente de Checkpoints.”

Me quedé mirándolo, atontado, hasta que noté dolor en mis dedos. El Tabaco HD se había quemado por completo, llegando al filtro. Cogí el mechero y encendí otro. Se consumían rápido, estas cosas.

“No,” dije, dando varias caladas y exhalando el humo. “Has dejado que la duda llegase a tu corazón y ahora todo lo ves al revés. Te estás haciendo un lío. Sí, los mejores juegos de la industria japonesa tienen problemas terribles a los que quizás nunca respondan por ellos. Pero la industria japonesa no se basa sólo en esos grandes juegos. Además, ¿no crees que los grandes juegos del Oeste también están un poco jodidos? ¿Modern Warfare, Grand Theft Auto, Gears of War, Halo? ¿Sabes lo violentos que son? ¿Sabes que la característica principal de los juegos japoneses es que no son violentos? ¿Por qué no estamos alabando a Japón por una propagación de juegos más saludables en el mercado? No, en cambio simplemente hablamos de ‘¡Todo el mundo juega en Japón! ¡Qué guay!’ Bueno, me pregunto por qué. Me gustaría saber si no es porque las estanterías no están casi exclusivamente llenas de mierda como Dudekiller 3 o Bloodguns: Sordid Edition? ¿Alguna vez has ido a una tienda de videojuegos de Occidente y has contado el por ciento de juegos que van de matar?”

El Maestro se giró y miró hacia la cabeza de Parappa. ¿Estaba llegando poco a poco a su corazón?

“Sí, es cierto que las sagas de éxito japonesas normalmente no cambian ni arreglan cosas que una empresa de Occidente intentaría parchear,” dije, “y que prefieren sacarlos de nuevo con números enormes detrás. Tekken 6. Final Fantasy XIII. Resident Evil Zero. Nintendo lleva la línea correcta, no poniendo números a nada para que no se sepa que han sacado The Legend of Zelda doce veces. Así que sí, la industria de juegos japoneses se alza y cae cuando inviertes una gran cantidad de dinero en un proyecto, y Resident Evil solo se reinició con Resident Evil 4 porque nadie compraba ya los últimos productos. Pero no puedes mirar sólo esa porción del mercado, o la de los juegos porno o el shovelware. Ninguna escena creativa de ningún país debe ser juzgada por lo que el público compra en mayor cantidad.”

“Me estás diciendo,” dijo, “que la manera de apreciar la industria japonesa es juzgándola selectivamente. Estás tan equivocado como yo cuando construí esto. Eres un fanboy.”

Oh, eso dolió. “No, no lo soy,” dije tristemente. “Me gustan los juegos que tienen éxito y que no se preocupan de mantener la idea original. Que le dan más importancia a intentar que el juego no sea frustrante y que el entretenimiento no se convierta en irrelevancia. Como los juegos de King’s Field, o como Robot Alchemic Drive, o los títulos experimentales que encuentras en las sagas Simple.”

“Pero todos ellos son muy malos,” dijo. “Esos juegos que acabas de mencionar. No son buenos videojuegos.”

“¡¿Qué?! ¡No!” exclamé. “¡Son divertidos! ¡Son grandes juegos! ¡Son los mejores juegos que nadie ha jugado jamás!”

“Te estás mintiendo,” dijo. “Estás tan perdido... Eres como yo antes.” Las comisuras de los labios del Maestro se doblaron hacia abajo, produciendo un ceño rígido. “Si esos juegos eran tan buenos, ¿por qué nunca acabaste ninguno?”

El mundo parecía inclinarse alrededor mío. “¿Nunca acabé ninguno? No, yo… Dios, no lo hice. ¿…Cómo sabes eso?”

Él ya no me miraba. Se había ido a mirar aquellas estatuas que con tanto amor había creado. El extraño peso de aquel lugar me estaba matando. Encendí otro cigarro bajo aquel cielo morado y fumé en silencio. Escogiendo mis palabras con cuidado, hablé por última vez.”

“De acuerdo. Quizás algunos de los juegos de culto japoneses son mierda. Vale. Y quizás algunos otros no lo son. Quizás algunos de ellos son realmente buenos, como Jumping Flash, Incredible Crisis u Ore no Ryouri.  Pero la pregunta de por qué esos juegos son divertidos de jugar está fuera de lugar. Lo que importa es que existen. Lo que importa es que esos juegos no acaban en estanterías  porque hagan dinero o porque sean una propiedad intelectual de gran éxito, que es lo que pasa comúnmente en Occidente. En estos tiempos, si quieres un hueco en una estantería de una tienda de videojuegos de EEUU o Europa, tienes que ir a través de una editorial grande, y las grandes editoriales no los tocarán a menos que crean que ese producto va a vender.

“Porque los huecos de estanterías son más baratos en Japón y el público que compra videojuegos compra en un rango mucho más grande de títulos, los juegos raros aparecen en estanterías por ninguna otra razón que porque los desarrolladores tienen fe en ellos. Esos juegos representan un paso adelante en la industria y hacen que crezca, hacia algo parecido a lo que ocurre con la industria musical, donde los creadores sacan piezas musicales por ninguna otra razón que porque ellos quieren. Eso es increíble y ha de ser apoyado. Eso,” grité, mientras abría completamente mis brazos, “hace que todo lo que hayas construido valga la pena.”

Más silencio. El Maestro se giró hacia mí. De nuevo, resopló. “Sí,” dijo. “De acuerdo.”

“¿De acuerdo qué?” pregunté.

“De acuerdo, me has ganado. Acabaré el templo.”

“¿Te he ganado? ¿Y ya está?”

“Y ya está. Puedes encontrar al siguiente Maestro en Da Ja Mountain Town.”

Miré el cigarro HD en mi mano. De nuevo, se había consumido y ya no quedaba nada.  Me resistí a fumarme otro y de repente, empecé a sentir otra nausea terrible. El mundo empezó a girar y presione las palmas de mis manos con mis ojos. Cuando los abrí de nuevo me seguía sientiendo como el culo, pero el mundo había vuelto a la normalidad. El monje era pálido e insignificante de nuevo, y seguía jugueteando con la barandilla.

Con cuidado de no hablar para que no soltase su línea sobre el melón amargo, caminé hacia arriba y miré alrededor suyo para ver en qué estaba trabajando. Ahí, en la superficie de piedra, estaba una pequeña pila de arena mojada no más grande que un plato de comida. Había sido aplastada y empujada formando torres y cornisas, y el monje la acariciaba con un palillo. Si se miraba detenidamente, se podía observar algo pequeño, del tamaño de un guisante, que parecía ser la cabeza de Parappa.

Agarrando mi vientre, volví por donde había venido. Había un largo camino hacia Da Ja Mountain Town.

1 comentario:

  1. Vale, ahora ya sí me empieza a hacer gracia la historia, jojojo, a ver cómo sigue :D

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