Entre
ruidos y saltos, parecidos a los de un caballo bajando escaleras, llegamos a
una parada de buses fuera del Templo Holy Money. El calor del mediodía nos
alcanzó al instante, dejando a un lado la agradable atmósfera del viaje. Abrí
yo mismo la puerta de la máquina y le entregué al conductor una nota arrugada por
valor de 70,000$.
Si estás viajando por bastantes países con
diferentes tipos de cambio, no vale mucho la pena memorizarlos. Les das una o
dos notas aleatorias y te vas como un cowboy después de un tiroteo. La mitad de
las veces pensarán que eres un generoso amante de lo exótico, y otras veces una
rata egoísta (o puede que una extraña raza moderna de mega-bastardo). Al final
tu saldo bancario será el mismo y habrás ahorrado un montón de aritmética
mental.
La
marea de vendedores que vino hacia nosotros después de salir del vehículo hacía
que no pudiésemos ver siquiera el templo. Inusualmente gruesa y viciosa para
esta época del año, la multitud me echaba para atrás según me abofeteaban la
cara con tallas de madera importadas y paquetes de postales. Recuerdo un húmedo
y repentino ataque de pánico a medida que mis piernas chocaban contra la parte
delantera del coche. Si me caía, todo estaría perdido, y un mes a partir de
ahora intentaría deletrear “souvenirectomia” en el formulario de reclamación de
seguro. Chico, odio rellenar papeleo. Seguía tratando de mantener el equilibrio
cuando la gente cambió de dirección, empujando hacia adelante con aún más
fuerza.
Finalmente
conseguí sacar uno de mis brazos de la presión. Con mi cuerpo doblado en un
ángulo de 45 grados alcancé un montón de origamis de papel que tenía en el
bolsillo por valor de 15.000.000$ y los lancé al aire. Efectivamente, la gente
empezaba a moverse en dirección al dinero. Me volví hacia donde la multitud era
menos densa, y agachado y en cuclillas, salí del alboroto como buenamente pude,
entre lluvias de rosarios.
Deseoso
de mantener el impulso de salida, empecé a caminar a trote lento, girando en
torno a mí mismo hasta que me encontré de cara con el propio templo. Estaba
cómodamente situado entre las verdes plantas de la jungla y bajo un cielo
nublado. En ese momento, a medida que me caía el tibio sudor a los ojos, empecé
a correr.
El Templo Holy Money podría ser el templo más funcional del
mundo. Hace 400 años los empobrecidos lugareños lo construyeron como una
ofrenda al Dios del Comercio, esperanzados de que gracias a él llegase una gran
ayuda monetaria. Desde entonces, gente extraña de otras partes del mundo ha
estado llegando, atraídos por lo que todavía los lugareños llaman “magnetismo
celestial”. La gente rápidamente decidió que esa bendición del cielo estaba
allí para ser aprovechada, por lo que los monjes empezaron a cobrar tarifas de
entrada, los niños empezaron a practicar lamentándose y cojeando, y así
sucesivamente.
No hay nada sagrado en él, por supuesto, pero el turismo no
es que sea el concepto más fácil de explicar. ¿Sabéis que en inglés, viaje
(travel) tiene la misma raíz que dolores (traveils)? Las dos vienen del antiguo
francés “travailer”, trabajar duro. Sólo recientemente viajar ha significado
algo parecido a “vacacionar”, a pesar de que los romanos utilizaban este mismo
término para descansar de viajar.
Mi trote se frenó a un paso rápido aún con el templo un poco
lejos. El calor era horrible y mi camisa ya estaba aferrada a mi espada,
retrocediendo de los rayos solares. Deseoso de que cualquier cosa se pasara por
mi cabeza para entretenerme, pensé en mi misión por 100ª vez.
Debía satisfacer, o puede que derrotar, a cuatro maestros si
quería recibir el Ciudadano Kane de los Videojuegos.
De nuevo: ¿Maestros de qué, exactamente? ¿Del diseño de
videojuegos? Ese no parecía el sitio donde encontrarías un desarrollador,
excepto quizás uno que esté lo suficientemente enloquecido al ver su diseño de
ensueño, el amor de su vida, convertido en un aburrido lanzamiento por un mal
distribuidor o por simple mala suerte. ¿Cómo podrías consolar a un hombre así?
¿Cómo podrías destruirlo?
Las personas que le dan la espalda a los videojuegos son
siempre más difíciles de tratar que las que nunca han jugado a ellos.
Avergonzados como podrían ser aquellos que han abandonado, por ejemplo, la
poesía o la creación de películas indie, los que han dejado atrás a los
videojuegos tienden a verlos como ese monopatín abandonado de su garaje, aquel
bajo la caja de herramientas, al lado de su nuevo Renault Clio.
Con alguien nuevo en los videojuegos, es maravillosamente
fácil tratar con ellos con nada más que una descripción espeluznante, de algo
de lo que siquiera no tenían ni idea de que podía existir. De este modo,
probándoles que su categorización mental es algo tanto objetivamente como
filosóficamente incorrecto, haces un agujero en su mundo y ellos intentarán
llenarlo. “¿En serio? ¿Qué más pueden hacer los juegos?” “¿Podría jugar a uno
de ellos?”
Pero los viejos gamers ya han estado ahí, donde sea que
estés hablando, y al hablar sobre ellos, las imágenes que tú describes él ya
las habrá vivido y experimentado, y las decepciones caerán como una enorme
sábana blanca. Asentirán ante tu excitante descripción, sea lo que sea, y luego
fríamente te explicarán porqué los juegos no son para ellos.
Me precipité por las últimas escaleras torcidas de camino a
la entrada del templo, de dos en dos; dos, cuatro, seis, ocho, con sudor
goteando de mi nariz con cada salto. El Templo Holy Money era hermoso, por
supuesto, así como las inmensas estructuras de piedra. Diez, doce, catorce. A
pesar de ser uno de los edificios más inmutables del mundo, los materiales
naturales están construidos a partir de un gran animismo. Dieciséis, dieciocho,
urgh, veinte. De pie en la puerta de entrada de 12 toneladas, el sexto sentido
de tu cerebro te avisa que vas a ser comido en breve. Ese mismo sentimiento que
te dice que cualquier grita es una cicatriz y que cada corriente de aire es un
soplo. Treinta y dos, joder, treinta y cuatro, mierda, treinta y seis, joder,
treinta y ocho, mierda, cuarenta, joder.
En cuanto llegué a la cima miré abajo a través del sudor.
Ninguno de los monjes se había molestado en desearme paz, y en su lugar se
fueron desplazando a cada lado de la furgoneta que acababa de llegar, llena de
un rico botín de turistas. Los monjes estaban meciendo la furgoneta de un lado
a otro sobre sus ruedas, cada vez inclinada un poco más. Sentí una punzada de
simpatía por los turistas. Hace un par de años podría haber tratado de ayudar.
Secándome el sudor de la cara con toda la longitud de mi brazo, me di la vuelta
y entré dando tumbos al templo. Cuando di los primeros pasos por la sombra oí
un repentino golpe, seguido de un coro de aplausos, al ver que la furgoneta se
había inclinado totalmente hacia un lado.
Sin saber lo que estaba buscando, me encontré a la deriva a
través de los mausoleos en vez de alrededor de torres y almenas, sólo para
mantenerme fuera del Sol. Estuvo muy bien. Parecía tener el lugar para mí solo,
y podría haber dejado que las corrientes de aire de aquel edificio soplasen
suavemente en las ascuas de algún animal cocinado. Saqué una lata de Winter
Melon de mi mochila, una bebida que había comprado por 800$ en el último pueblo
antes de llegar aquí. Descubrí que a pesar de su atractivo nombre, era gelatina
que sabía a cigarros mojados. Decidí sobrevivir durante el resto del viaje con
las latas que tenían el nombre más asqueroso posible.
Aparecí en la parte superior de otra gran escalera en el
lado opuesto del edificio. Esta vez era una visión más noble, veía a través de
la parte superior de una espesa selva sin fin. Sólo había una persona más, un
solo monje con túnicas marrones detrás de una barandilla a la mitad de la
escalera. Sacudiendo un par de pequeñas arañas de mi camisa, me dejé caer en la
escalera por encima de él mientras pegaba otro sorbo de Winter Melon.
“¿Está arreglando la barandilla?” Me aventuré a preguntar.
Hasta mi voz parecía más sudorosa. ¿Era
sudor de las cuerdas vocales? El monje se volvió para dirigirse hacia mí.
Ahora, un inciso: Recuerdo mi momento de mayor orgullo
jugando Demon’s Souls. No fue matando ningún demonio en particular o apartando
mi personaje a poquísima vida de una trampa en el último segundo. Fue utilizando
el creador de personajes, haciendo a alguien que pareciera religioso. Jugaba
con un curandero (normalmente los juego cuando es posible, no sé por qué) y había conseguido diseñar un personaje lo
más parecido a un creyente que podía. Alto, pero con una cara que parecía más
rarito que fuerte. Con un pelo corto castaño, un mentón y nariz prominentes,
los ojos entornados, y una expresión suave y cabezota. Obviamente he conocido
más que suficientes discípulos de la Fe para saber que no tienen en común ninguna
de esas características, y sin embargo, ese personaje, parecía realmente un
hijo de Dios, como si se tratase de alguien de carne y hueso.
Así era ese monje. El parecido era increíble, excepto por
sus rasgos asiáticos y su cabeza rapada. Hablaba en perfecto y acentuado
inglés.
“Los melones amargos no son amargos”, dijo, “pues he probado
la más amarga de las amarguras.”
Miré la lata de Winter Melon que tenía en la mano, y después
volví a posar mi mirada sobre él. “¿Quieres un poco?”
De nuevo, se volvió para hablarme. “Los melones amargos no
son amargos”, repitió, “pues he probado la más amarga de las amarguras.” Y de
nuevo volvió a su trabajo.
Algo pasaba. Su entonación era idéntica, ambas veces, y
pensé que había visto algo. Entonces de nuevo, hablé. “Repites todo el rato lo
mismo una y otra vez, ¿no?”
Se volvió. “Los melones amargos no son amargos”, dijo, y en
ese instante deseé martillear un botón para pasar rápido el diálogo. “Pues he
probado la más amarga de las amarguras.”
Esta vez lo vi claramente.
Cosido un hilo de color marrón ligeramente distinto al resto de su
túnica, llevaba el antiguo logo de Playstation, que se extendía sobre el pecho
con orgullo. Luego se dio la vuelta.
Alcancé mi mochila y abrí el paquete de tabaco HD.
Desenvolviendo el plástico, cogí uno de los cigarros y lo encendí, rápidamente
soplando el humo del interior de mi boca. ¡Ese sabor! Sostuve el cilindro y lo
miré con asombro. Mi boca se sentía pegajosa, y mis dientes tan duros y
robustos como las terminaciones de un enchufe.
Todo el rato mantuve un ojo sobre la espalda del monje. No
se iba a ir a ningún lado. Al final, con una meticulosa expresión serena sólo
vista en gente que sabe que está haciendo algo realmente, realmente estúpido,
llevé el cigarro a mi boca e inhalé el humo. Estaba increíblemente bueno. El
problema era, que la calada me hizo olvidar todo lo que me rodeaba.
Dentro de mi pecho, el humo salía fuera de mis pulmones de
una forma muy agitada. Y mientras, me veía a mí mismo caer dentro de mi propia
boca. Cada parte de mí, de mis orejas a mis tripas, notaba como mi sangre fluía
por las venas. Y entonces-
Estaba sentado, tumbado pero manteniendo la distancia entre
la pared y mi espalda con ambas manos. El cigarro seguía entre mis labios.
Podía sentir su calor, su gordura. Seguía en el suelo del vasto templo, pero
había cambiado. Primero, ya no eran ruinas, parecía haber sido construido hace
poco. ¡Y el cielo! Había cambiado su color a un vivo y seductor morado, con la
Luna más grande que había visto en mi vida. Sólo después de gastar unos cuantos
segundos mirando aquella monstruosidad, empecé a darme cuenta que realmente no
se movía y que no había posibilidad alguna de que me cayese encima. Al
levantarme, me percaté de las estatuas que me rodeaban.
A mi izquierda había un Harman Smith de Killer 7 de
aproximadamente 7 metros, con su silla de ruedas y todo. Delante de él, y a
través de una plaza había una figura femenina y larguirucha, muy parecida a
Aeris, de Final Fantasy VII. Y detrás de ellos había otras dos, y detrás de
ellas muchas más. Reconocí a Sparkster the Rocket Knight, Neku de The World
Ends With You, Samus, y hasta al protagonista de Shadow of the Colossus,
alzando su espada por encima de su cabeza.
Girando como un hombre atacado por la retaguardia, me di la
vuelta y miré hacia la estructura más grande de todas. Una limpia escalera, de
seis metros de ancho y que subía hacia el cielo, a lo que parecía una cabeza
del tamaño de una furgoneta. La cabeza estaba cubierta de andamios, pero
después de un par de pasos tambaleantes en su dirección, comencé a reconocer
los ojos, los oídos, y la gorra tejida. Era Parappa the Rapper.
El monje de antes también estaba ahí, abrazándose a sí mismo
en la base de la escalera. Al menos él era el mismo de antes. Quizás con una constitución
más fuerte, y sobretodo, más joven.
“¡Tú!” grité. Mi voz y acciones parecían duras y
premeditadas en aquel lugar, como si estuviese controlándome con un teclado, u
otro periférico. “¡Tú eres uno de los Maestros! ¡Lo sabía! ¿Has construido tú
este lugar?”
De repente, dejó de abrazarse y miró hacia arriba. El logo
de Playstation de su pecho ya no era difícil de distinguir, porque estaba
cosido con un hilo rojo brillante.
“¿Y qué?” dijo.
Miré alrededor, exasperado. ¿Cuánto tiempo le habría costado
todo aquello?
“Todos son personajes de videojuegos japoneses,” dije.
“¿Por qué?”
“Este sitio es un monumento al diseño de juegos japoneses,”
dijo el Maestro. “Todas las piedras que ver, las he desgarrado de la Tierra.
Todas las estatuas que ves, han sido esculpidas. Tal era mi dedicación… Por
aquellos entonces. Ahora, voy de un sitio a otro como un espíritu errante, sin
las fuerzas necesarias para acabarlo. Dime, viajero. ¿Qué son para ti los
juegos japoneses?”
Llegué hasta él a través de la plaza. Después de todo lo que
había pasado, finalmente- Bueno, quiero decir, estaba ahí. Estaba empezando.
Vale.
“Los juegos japoneses lo son todo para mí,” dije,
estancándome un rato. “Los juegos, como un medio de desarrollo perpetuo, están
construídos sobre una exitosa complementación de ideas, y la industria de
juegos japoneses normalmente está caracterizada por su excepcional exageración
de ideas. Esto se extiende más allá de lo extraño, con viajes coloridos como Um
Jammer Lammy, Rakugaki Showtime, Tomena Sanner y demás. Esa voluntad de
experimentar también ha resultado en la rotura de la cuarta pared como en Metal
Gear Solid y avanzando los juegos de terror como Resident Evil o el original
Siren, cuyo cojeo nunca pudo haber llegado de Occidente. ¿Qué tenemos aquí? ¿Thief?
¿Dead Space? Esos juegos van de hacerse cada vez más y más fuerte, en serio.
Estabas en lo cierto al construir este templo, Maestro.”
El Maestro me miraba, con una expresión omniosa y
sobrecargada, como aquella gran Luna. ¿Qué significaba eso? Había probado qu-
“No,” dijo el Maestro. “Los juegos japoneses están
sobrevalorados.”
“¿QUÉ?” grité.
“Ahora lo veo claramente,” continuó, mirando vagamente la
cabeza bulbosa de Parappa. “Esa es la razón por la que no puedo continuar mi
trabajo en este lugar. Los juegos japoneses son un mundo lleno de diálogos
terribles y mecánicas anticuadas, soportadas por los hombros de fanboys sin
cabeza. Como yo.” resopló, tristemente.
“La mayoría de Final Fantasy son horribles”, siguió.
“Empecemos por ahí. ¿Y quieres hablar de ideas? ¿Cuáles son las otras grandes
sagas de Japón? ¿Dragon Quest? ¿Dynasty Warriors? Exactamente cuántas ideas hay
presentes en ellos? Y no nos olvidemos de que Killer 7 fue un accidente. ¿Lo
sabías, verdad? No tenía sentido no porque fuese arte. No tenía sentido porque fue desmontado varias
veces y juntado de nuevo en el último minuto para no pasarse del plazo. Esa es
una píldora difícil de tragar.
“Hay un aire de reverencia alrededor de los juegos japoneses
que ahora sé que está fuera de lugar. Fui completamente absorbido. Todos lo
fuimos. Y ahora es el momento de empezar a ver esos juegos por sus fallos. La
prensa comentando el terrible diálogo de Metal Gear Solid sería un buen
comienzo. O podrían puntuar bajo por continuar usando el típico sistema de
batallas por turnos, de la misma forma que atacas a un juego por no tener un
sistema decente de Checkpoints.”
Me quedé mirándolo, atontado, hasta que noté dolor en mis
dedos. El Tabaco HD se había quemado por completo, llegando al filtro. Cogí el
mechero y encendí otro. Se consumían rápido, estas cosas.
“No,” dije, dando varias caladas y exhalando el humo. “Has
dejado que la duda llegase a tu corazón y ahora todo lo ves al revés. Te estás
haciendo un lío. Sí, los mejores juegos de la industria japonesa tienen
problemas terribles a los que quizás nunca respondan por ellos. Pero la
industria japonesa no se basa sólo en esos grandes juegos. Además, ¿no crees
que los grandes juegos del Oeste también están un poco jodidos? ¿Modern Warfare, Grand Theft Auto, Gears of War, Halo? ¿Sabes lo violentos que son? ¿Sabes que la
característica principal de los juegos japoneses es que no son violentos? ¿Por
qué no estamos alabando a Japón por una propagación de juegos más saludables en
el mercado? No, en cambio simplemente hablamos de ‘¡Todo el mundo juega en
Japón! ¡Qué guay!’ Bueno, me pregunto por qué. Me gustaría saber si no es porque
las estanterías no están casi exclusivamente llenas de mierda como Dudekiller 3
o Bloodguns: Sordid Edition? ¿Alguna vez has ido a una tienda de videojuegos de
Occidente y has contado el por ciento de juegos que van de matar?”
El Maestro se giró y miró hacia la cabeza de Parappa.
¿Estaba llegando poco a poco a su corazón?
“Sí, es cierto que las sagas de éxito japonesas normalmente
no cambian ni arreglan cosas que una empresa de Occidente intentaría parchear,”
dije, “y que prefieren sacarlos de nuevo con números enormes detrás. Tekken 6.
Final Fantasy XIII. Resident Evil Zero. Nintendo lleva la línea correcta, no
poniendo números a nada para que no se sepa que han sacado The Legend of Zelda
doce veces. Así que sí, la industria de juegos japoneses se alza y cae cuando
inviertes una gran cantidad de dinero en un proyecto, y Resident Evil solo se
reinició con Resident Evil 4 porque nadie compraba ya los últimos productos.
Pero no puedes mirar sólo esa porción del mercado, o la de los juegos porno o
el shovelware. Ninguna escena creativa de ningún país debe ser juzgada por lo
que el público compra en mayor cantidad.”
“Me estás diciendo,” dijo, “que la manera de apreciar la
industria japonesa es juzgándola selectivamente. Estás tan equivocado como yo
cuando construí esto. Eres un fanboy.”
Oh, eso dolió. “No, no lo soy,” dije tristemente. “Me gustan
los juegos que tienen éxito y que no se preocupan de mantener la idea original.
Que le dan más importancia a intentar que el juego no sea frustrante y que el
entretenimiento no se convierta en irrelevancia. Como los juegos de King’s
Field, o como Robot Alchemic Drive, o los títulos experimentales que encuentras
en las sagas Simple.”
“Pero todos ellos son muy malos,” dijo. “Esos juegos que
acabas de mencionar. No son buenos videojuegos.”
“¡¿Qué?! ¡No!” exclamé. “¡Son divertidos! ¡Son grandes
juegos! ¡Son los mejores juegos que nadie ha jugado jamás!”
“Te estás mintiendo,” dijo. “Estás tan perdido... Eres como
yo antes.” Las comisuras de los labios del Maestro se doblaron hacia abajo,
produciendo un ceño rígido. “Si esos juegos eran tan buenos, ¿por qué nunca
acabaste ninguno?”
El mundo parecía inclinarse alrededor mío. “¿Nunca acabé
ninguno? No, yo… Dios, no lo hice. ¿…Cómo sabes eso?”
Él ya no me miraba. Se había ido a mirar aquellas estatuas
que con tanto amor había creado. El extraño peso de aquel lugar me estaba
matando. Encendí otro cigarro bajo aquel cielo morado y fumé en silencio.
Escogiendo mis palabras con cuidado, hablé por última vez.”
“De acuerdo. Quizás algunos de los juegos de culto japoneses
son mierda. Vale. Y quizás algunos otros no lo son. Quizás algunos de ellos son
realmente buenos, como Jumping Flash, Incredible Crisis u Ore no Ryouri. Pero la pregunta de por qué esos juegos son
divertidos de jugar está fuera de lugar. Lo que importa es que existen. Lo que
importa es que esos juegos no acaban en estanterías porque hagan dinero o porque sean una
propiedad intelectual de gran éxito, que es lo que pasa comúnmente en
Occidente. En estos tiempos, si quieres un hueco en una estantería de una
tienda de videojuegos de EEUU o Europa, tienes que ir a través de una editorial
grande, y las grandes editoriales no los tocarán a menos que crean que ese
producto va a vender.
“Porque los huecos de estanterías son más baratos en Japón y
el público que compra videojuegos compra en un rango mucho más grande de
títulos, los juegos raros aparecen en estanterías por ninguna otra razón que
porque los desarrolladores tienen fe en ellos. Esos juegos representan un paso
adelante en la industria y hacen que crezca, hacia algo parecido a lo que
ocurre con la industria musical, donde los creadores sacan piezas musicales por
ninguna otra razón que porque ellos quieren. Eso es increíble y ha de ser
apoyado. Eso,” grité, mientras abría completamente mis brazos, “hace que todo
lo que hayas construido valga la pena.”
Más silencio. El Maestro se giró hacia mí. De nuevo, resopló.
“Sí,” dijo. “De acuerdo.”
“¿De acuerdo qué?” pregunté.
“De acuerdo, me has ganado. Acabaré el templo.”
“¿Te he ganado? ¿Y ya está?”
“Y ya está. Puedes encontrar al siguiente Maestro en Da Ja
Mountain Town.”
Miré el cigarro HD en mi mano. De nuevo, se había consumido
y ya no quedaba nada. Me resistí a
fumarme otro y de repente, empecé a sentir otra nausea terrible. El mundo
empezó a girar y presione las palmas de mis manos con mis ojos. Cuando los abrí
de nuevo me seguía sientiendo como el culo, pero el mundo había vuelto a la
normalidad. El monje era pálido e insignificante de nuevo, y seguía jugueteando
con la barandilla.
Con cuidado de no hablar para que no soltase su línea sobre
el melón amargo, caminé hacia arriba y miré alrededor suyo para ver en qué
estaba trabajando. Ahí, en la superficie de piedra, estaba una pequeña pila de
arena mojada no más grande que un plato de comida. Había sido aplastada y
empujada formando torres y cornisas, y el monje la acariciaba con un palillo.
Si se miraba detenidamente, se podía observar algo pequeño, del tamaño de un
guisante, que parecía ser la cabeza de Parappa.
Agarrando mi vientre, volví por donde había venido. Había un
largo camino hacia Da Ja Mountain Town.
Vale, ahora ya sí me empieza a hacer gracia la historia, jojojo, a ver cómo sigue :D
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